sábado, 4 de diciembre de 2010

Que furiosa va la vida.

Ayer pasaron diez años de mi vida, lo descubrí mientras hablaba. Las palabras se dejaron ver cada letra tenía una forma distinta. Todo vino a mí, todas la calles, las piedras, las veredas, los juegos, las pausas, las alegrías, lo pasajero, los errores, las nostalgias, los ojos que alguna vez me cruce, las cosas con imanes, las siestas, los envoltorios de regalos, el olor a plástico nuevo, las miles de veces que espere y las millones más que corrí, las veces que me convertí. Que furiosa va la vida, que atrevida que no te deja lugar para detener, que no se la puede ni mirar muy de cerca, porque ella siempre esta antes que vos, ahí va uno alcanzándola con la boca abierta y seca, con las manos apretadas, no muy fuerte por si hay que soltar, con la cintura caliente y el vértigo en los pies y la garganta que siempre está a punto de reventar. Que desconsolada va la vida buscando un muerto para comer, que hambriento va el tiempo que se come los años. ¿Cuantos segundos habré dudado de la realidad?, ¿cuantos más dudare sobre esto que parece ser algo tan efímero, sobre los sueños que tan soñados como verdaderos son? ¿Cuando fue que mi talón piso otra tierra?, ¿cuando fue que no me di cuenta de darme cuenta?, cuantas veces más me quedare aquí, en el ahora? ¿Donde estaré en otros diez años? Lo que dejaré ir será siempre mío, y lo que tengo será siempre de todos. Que increíble va la vida que cuando uno la ignora ella te sacude con sus ensanchamientos de causalidades, que enorme se vuelven los años y que pequeños se transforman los dientes podridos de cosas invisibles. Siempre tengo la sensación de que todo ya paso y de que esto no está planeado.

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